Un Antes Y Un Después
 Nisman cambiará el panorama político

 Nisman cambiará el panorama político
21/01/2015 |

La historia reciente muestra que las "muertes políticas" suelen traer un fuerte castigo de la opinión pública hacia los gobernantes, independientemente de si hay o no una sospecha sobre su participación en el hecho. Para los analistas, la actitud defensiva por parte del Gobierno es un error.

 


Opinadores vocacionales sin límite, los argentinos se han entregado en estas horas al debate sobre balística. Así, el tema del día pasa por si la ausencia de pólvora en la mano del fiscal Alberto Nisman es o no una prueba concluyente de que no hubo suicidio.
El peritaje, la autopsia y la confiabilidad de las conclusiones son ahora materia de discusión, al punto que abundan las hipótesis sobre falsificación de las pruebas con un objetivo político.
De la misma manera, el procedimiento encabezado por el secretario de Seguridad, Sergio Berni, también ha sido objeto de suspicacia, y políticos de la oposición como Patricia Bullrich ya adelantaron que citarán al funcionario para que explique su presencia y accionar en la escena de la muerte del fiscal.
En definitiva, lo que queda en claro a pocas horas del impactante deceso del fiscal Nisman es que el Gobierno sigue perdiendo la batalla mediática: no consigue imponer la hipótesis del suicidio, a pesar de que los peritos han sido bastante contundentes al respecto.
Y la sensación imperante es que ese tono de crónica policial será por mucho tiempo lo que domine en la agenda pública. Ello implica que quedará en un segundo plano la discusión de política exterior -incluyendo el presunto pacto entre Cristina Kirchner y el gobierno iraní- y, quizás también, los problemas de la economía.
Entre los muchos comentarios irónicos que se pudieron leer en las redes sociales, se destacó éste del periodista Claudio Zlotnik: "Pensar que se nos iba la vida discutiendo la cláusula RUFO..."
Y el comentario marca exactamente el punto de inflexión que ocurrió en la agenda política: después de la muerte de Nisman ya nada será igual. Y, aunque todavía es prematuro afirmarlo, es probable que este hecho marque todo el debate en un año electoral.

Cambio de clima político


El analista Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas, es uno de quienes argumentan que, a partir de ahora, puede cambiar el criterio con el cual la ciudadanía evalúa el accionar gubernamental.
"El proceso político va a volverse más conflictivo. El Gobierno venía administrando el miedo económico, y eso le permitía poner a la sociedad a la defensiva, la predisponía a sostener políticas que no comparte pero que esperaba que dieran resultado, porque la alternativa era peor", argumenta Novaro.
En su línea de razonamiento, hasta ahora imperaba la visión de "hay que evitar el caos, tratemos de que Cristina termine el mandato lo mejor posible" y que ello permitía "un resto de consenso a favor del Gobierno".
En cambio, afirma el analista, ese miedo que hasta ahora resultaba funcional al kirchnerismo, desde aquí en adelante lo perjudicará, en la medida en que deje de estar centrado en la economía y pase a ser de otro tenor.
"Ahora el miedo va a cumplir una función bastante más difícil de controlar, porque es un miedo que involucra directamente a poderes del Estado. La gente se pregunta qué hace el servicio de inteligencia y la diplomacia, y si todos ponemos en riesgo nuestra vida", afirma.
En la misma línea, el politólogo Rosendo Fraga califica a la muerte de Nisman como "un imponderable singular" que viene a cambiar profundamente el panorama nacional.
Fraga destaca que, hasta hace escasas semanas, los grandes temores pasaban por la posibilidad de eventos de conflictividad social, como los saqueos, o de tipo económico, como la volatilidad del dólar.
Pero afirma que "no estaba en ningún cálculo" que "antes de finalizar el primer mes del último año de Gobierno iba a generarse una crisis de esta envergadura alrededor de la causa AMIA, que involucrara las relaciones internacionales del país, la situación institucional y la política".
"Esta crisis confirma que el año de transición política no será fácil y que quizá la preocupación del papa Francisco por la gobernabilidad de Argentina en este período no era exagerada, sino una preocupación fundada", advierte el politólogo.

El error de subestimar las "muertes políticas"
Uno de los primeros en abordar el tema desde una óptica oficialista fue Artemio López, director de la consultora Equis y uno de los politólogos más influyentes del kirchnerismo. La visión de López es que el Gobierno no debería preocuparse demasiado en términos electorales.
"No tiene el affaire Nisman ningún efecto sobre la opinión pública, más que afirmar la adversión previa de aquellos que ya definieron su oposición al Gobierno y abigarrar la defensa de quienes sostienen al oficialismo", sostiene.
"Como se patentizó en las fallidas convocatorias ‘espontáneas' a cacerolerar (y van...), se observa que, más allá del ruido de medios opositores, no habrá el más mínimo impacto electoral con el episodio Nisman", agrega.
Para reforzar su argumentación apela a situaciones comparables del pasado reciente.
"Ni el atentado a la Embajada, ni a la AMIA, ni la voladura de Río Tercero hicieron retroceder electoralmente al menemismo. Recordemos que sólo ocho meses después del atentado a la AMIA (similar período resta para llegar a las elecciones de octubre) se realizan las elecciones nacionales donde Menem obtiene el 49,7% de los votos, dos puntos porcentuales más que en 1989", recuerda el politólogo.
Y concluye que, como siempre, el único tema que modifica las preferencias electorales es el entorno económico.
Pero ese argumento resulta muy cuestionable, y la historia reciente enseña que no puede subestimarse el impacto político de estos casos trágicos.
Lo cierto es que la reelección de Menem en 1995 no se produjo en un momento económico favorable, sino bajo pleno impacto del "efecto Tequila".
En cambio, en las legislativas de 1997, cuando ya se había conformado la Alianza, la oposición le dio una paliza electoral a Menem, a pesar de que en ese momento la economía se recuperaba con fuerza y el consumo brillaba.
En el medio, claro, habían ocurrido hechos impactantes desde el punto de vista político. Como el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, un hecho por el cual el gobierno de la época pagó un alto costo político.
A nadie se le había ocurrido acusar directamente al menemismo por la autoría material del crimen del fotógrafo. Pero sí se lo hacía responsable de haber creado el contexto de mafia e impunidad que posibilitó su crimen.
La conmoción social causada por el asesinato de Cabezas fue profunda y tiñó todos los aspectos de la vida social, al punto que dominó hasta la entrega de los premios Martín Fierro, y que no hubo evento deportivo ni cultural en el que estuviera ausente el lema "No se olviden de Cabezas".
Lo cierto es que en las elecciones legislativas de ese año Menem logró apenas 36% de los votos, contra 47% de la Alianza.
Fue justamente la gran protagonista de aquel evento, Graciela Fernández Meijide, una de las grandes críticas a la actitud que adoptó Cristina Kirchner luego de la noticia sobre la muerte de Nisman.
"Leí su carta y me pareció lamentable. Es decepcionante, una vez más, porque es un discurso muy vacío de contenidos, cuando la gente está pidiendo que por favor le calmen la angustia", sostuvo Fernández Meijide en una entrevista radial, en alusión al polémico texto difundido por la Presidenta, en el cual defiende su accionar respecto del tema AMIA y sugiere que Nisman se suicidó después de haber sido usado como un engranaje de un plan desestabilizador.
"Si la Presidenta le pidió consejo a alguien por la carta que escribió, pienso que la aconsejó el enemigo", fue la dura apreciación de Fernández Meijide.

"El pueblo quiere saber"
Esa es la principal crítica que los analistas políticos le han hecho a la estrategia kirchnerista: haber equivocado el foco y seguir presentando los hechos bajo la lógica binaria amigo-enemigo, en vez de ofrecer un discurso de unidad nacional.
"Diputados infantiles del FPV descuentan el suicidio y preguntan quién lo indujo. Pero la sociedad quiere saber por qué lo asesinaron", sostiene el influyente analista Jorge Asís. Y, además, acusa de "incompetentes" a los funcionarios del área de seguridad cuya obligación era "cuidar a Nisman como si fuera de cristal, que ni se les resfriara".
Por su parte, Alejandro Katz, ensayista político y docente de la UBA, destaca cómo la relevancia de la Secretaría de Inteligencia pasará a jugar un rol más importante en la agenda pública y en las preocupaciones de la opinión pública.
En este sentido, plantea que el argumento kirchnerista de acusar a los espías como una fuerza conspiradora puede volverse un boomerang para el Gobierno, porque en definitiva la ciudadanía no concibe que esta autonomía de "los servicios" se haya producido sin un aval político.
"Los servicios de inteligencia no existe como tales. Quienes tienen ese poder, aunque lo usen en beneficio propio, tienen un poder que les fue delegado por autoridades. No hay servicio de inteligencia sin el presupuesto que le permite funcionar, ni lo hay sin los intereses para los cuales trabajan", argumenta Katz.

La persistencia en la actitud defensiva
Las primera conclusiones, entonces, apuntan a que el Gobierno ha errado al persistir en la estrategia de "defensa y contraataque".
No faltaron incluso las comparaciones con gobernantes que han salido airosos de situaciones de conmoción nacional. Sin ir más lejos, como la que vive Francois Hollande tras el atentado de Charlie Hebdo. El francés repuntó notablemente su imagen política tras su firme accionar anti-terrorista y su llamado a la unidad nacional.
Claro que también hay antecedentes internacionales en el sentido opuesto. Tras el atentado a la estación ferroviaria de Atocha, el presidente español José María Aznar intentó presentar el hecho como un golpe de ETA, cuando en realidad había sido una venganza de Al Qaeda por la participación española en la invasión a Irak. La ciudadanía española castigó al gobierno, votando por José Luis Zapatero, quien hasta ese entonces venía relegado en las encuestas.
Aquí, la percepción generalizada es la de un gobierno que puede perder apoyo y, posiblemente, recrear un escenario de polarización como el vivido durante la "crisis del campo" en 2008.
Algo de esto pareció insinuarse en las manifestaciones ocurridas el lunes con el lema "Yo soy Nisman", así como en las duras acusaciones contra el Gobierno en las redes sociales.
Sugestivamente, los líderes en campaña electoral, incluyendo al "oficialista" Daniel Scioli se apuraron a tomar distancia del Gobierno y a reclamar justicia para Nisman. Lejos del discurso y del tono elegido por Cristina, el gobernador bonaerense habló de "desenlace fatal", evitó sumarse a la tesis de un suicidio instigado y pidió ser respetuosos de la investigación judicial.
En tanto, Sergio Massa y Mauricio Macri aprovecharon la ocasión para acusar a Cristina por haber difundido una carta en su Facebook en lugar de haber dirigido un mensaje televisado en cadena nacional.
Pero quizás esa actitud de Cristina haya sido -involuntariamente- su mejor aporte a la paz social. En momentos de conmoción, su presencia en televisión podría haber sido un aporte más a la polarización.