Goleada Y Caos
La pesadilla jamás pensada de Dilma

La pesadilla jamás pensada de Dilma
11/07/2014 |  "Organizaremos un torneo que ningún argentino podrá criticar", decía su antecesor Lula Da Silva. Rousseff festejaba. Todo salió al revés. El malhumor crece a pasos alarmantes, la economía anda mal y brasileños furiosos generaron el movimiento "Anti Mundial". Esto, a tres meses de las elecciones


Por Marilina Grandinetti

 

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La alegría era sólo brasileña el 30 de octubre de 2007.
Un desfile de banderas verdeamarelas a los pies del Cristo Redentor, junto al gigantesco despliegue de camisetas del seleccionado en los principales puntos turísticos del país, sirvieron para festejar el anuncio de la FIFA que le otorgaba a Brasil el privilegio de ser sede del Campeonato Mundial de Fútbol de 2014.
"Organizaremos un Mundial que ningún argentino podrá criticar", bromeaba ese día el entonces presidente Lula Da Silva, rebosante de confianza en la ceremonia de oficialización.
Y esa sensación de optimismo y orgullo nacionalista tenía sólidos motivos sobre los que fundarse: por ese entonces, Brasil brillaba en todos los ámbitos, transitaba el camino de la prosperidad y recibía el aplauso de todo el mundo.
El PBI crecía sin pausa desde el comienzo de la década y, para ese año, se esperaba una expansión de 6%. Se estimaba que casi 30 millones de personas habían logrado salir de la pobreza y que la clase media había crecido a punto tal que ya comprendía al 51% de la población.
El presidente gozaba de prestigio internacional y de una alta popularidad interna. De hecho, cuando dejó el cargo, tras ocho años de gestión, los índices de aprobación marcaban un impresionante 87%.
Lula podía mostrar hitos importantes, como haber saldado toda la deuda del país con el Fondo Monetario Internacional, haber reducido casi a la mitad la tasa de desempleo.
Y hasta la suerte lo acompañaba: el mundo se sorprendía por el anuncio de un megayacimiento submarino que prometía transformar al país en una potencia petrolera, lo que disparó las acciones de Petrobras.
Los comentaristas internacionales ya no lo consideraban una nación "en desarrollo" sino una potencia emergente, que aparecía con frecuencia en las tapas de la prensa internacional como parte del grupo BRIC.
Si algo faltaba para que la felicidad fuera completa, eso era organizar un Mundial de Fútbol, y así poder mostrarle al mundo los avances del país en todos los ámbitos, exhibir la alegría de un pueblo orgulloso y... levantar la copa en el Maracaná.
Visto desde la Argentina, la nación vecina era el ejemplo a seguir. Y, para los críticos del "modelo K", constituía el opuesto a lo que se hacía en el país. Brasil demostraba que era posible combatir la inflación y, simultáneamente, tener una economía con crecimiento e inclusión social. Que se podía ser una potencia industrial sin tener que perjudicar al campo.
Hasta se ponía a Brasil como ejemplo de un país que había logrado disminuir la violencia callejera, gracias a los planes de urbanización y pacificación de las favelas.
En definitiva, estaban todos los condimentos para el éxito. Así lo sentían los argentinos y los brasileños.
Cuando Dilma Rousseff fue electa, en 2010, nadie ponía en duda que el Mundial sería la "frutilla de la torta" para exhibir el "milagro" brasileño.
Sin embargo... todo salió al revés. Tanto que hoy puede afirmarse que la Copa del Mundo de sueño mutó a pesadilla para Dilma.
La punta del iceberg
Las primeras señales de que este Mundial arrancaría con el pie izquierdo llegaron desde la economía. Acompañando la crisis financiera internacional, en 2009 comenzaron a evidenciarse signos de desaceleración.
La salida masiva de capitales, así como el atraso cambiario que perjudicaba a los exportadores, forzaron una serie de devaluaciones.
El humor social comenzaba a decaer y, para colmo, empezaron a proliferar denuncias de corrupción contra altos funcionarios del gobierno del PT.
Pero la chispa que empezó a mostrarle al mundo la cara menos alegre de Brasil fue la ola de protestas tras una medida que parecía irrelevante y rutinaria: un aumento en el precio del boleto del colectivo.
Lo que ocurrió en las semanas siguientes fue de una violencia inesperada: saqueos, destrucción de infraestructura pública, represión policial, repudios masivos a políticos y... carteles de oposición al Mundial.
Las imágenes dieron la vuelta a la Tierra y sembraron la duda sobre si lo que iba a ser una fiesta,l en realidad podría terminar derivando en un motivo de crisis.
"FIFA pagá mi boleto", era el lema de las manifestaciones de los ciudadanos que no toleraban el excesivo gasto en la competencia deportiva que sería costeada con ajuste fiscal y suba de pasajes.
Pero los incipientes reclamos eran simplemente la punta visible del iceberg. El tema no terminó cuando Dilma dio marcha atrás con las alzas de tarifas públicas. Por el contrario, dejó al descubierto el malhumor de una parte de la sociedad que veía con disgusto el enorme gasto mundialista sin antes saldar sus deudas en materia de infraestructura, educación, seguridad, transporte y salud.
El gobierno brasileño, en un intento por poner paños fríos a las protestas, quiso imponer la idea de que las manifestaciones eran, precisamente, un síntoma de cómo las cosas habían cambiado en Brasil.
A fin de cuentas, el malhumor era típico de una sociedad con "demandas de segunda generación". Es decir, no ya de un pueblo que vivía en la indigencia, sino de uno que reclamaba servicios del primer mundo.
Pero ese argumento no prendió. Y, a poco de terminadas las manifestaciones por el boleto, siguieron una serie de eventos que no hacían más que expresar el malestar ante la inminencia del torneo.
Así nació un movimiento "anti Munial", el cual fue ganando adeptos. De hecho, sumó las voces de los más de 200.000 "desalojados", personas que se vieron forzadas a abandonar sus hogares para ceder espacio a las obras destinadas a la organización del torneo.
Muchas de estas iniciativas, incluso, despertaron fuertes críticas porque los estadios se construyeron en ciudades donde no hay equipos de primera división. De modo que, ya de antemano, estaban condenados a convertirse en "elefantes blancos" una vez terminado el campeonato.
Todo esto ocurría mientras crecían las presiones de la FIFA por los retrasos en las construcciones planificadas. Canchas, aeropuertos, y terminales no estaban listas y la cuenta regresiva ya había comenzado hacía rato.
La prensa internacional empezaba así a cuestionar a la administración de Rousseff y ponía en duda si estaba a la altura de las circunstancias.
Incluso, el ex jugador e ídolo popular, Ronaldo, que ocupa un alto cargo en el comité organizador, reconoció estar "avergonzado" por la "incapacidad" del país sudamericano para finalizar las obras. Y no se refería solamente a los estadios, sino a toda la infraestructura de obras y servicios públicos que, se suponía, el Mundial traería como consecuencia para mejorar la calidad de vida de la población.
Para poder cumplir con el compromiso asumido con FIFA, el gobierno tuvo que desembolsar la friolera de u$s11.700 millones, una cifra que duplicó el presupuesto inicial.
Fiesta deslucida y tragedia
Finalmente, el Mundial arrancó con una ceremonia sobria, lejos de la "fiesta carioca" que todos esperaban.
En el partido inaugural, el de Brasil-Croacia, se registraron incidentes en las inmediaciones del estadio y Dilma fue abucheada desde varios sectores de las tribunas. Sin embargo, a medida que fueron transcurriendo los partidos y que la selección de Scolari avanzaba, los ánimos se calmaron.
Ya con el torneo en marcha, y pese a las denuncias de corrupción en la venta de entradas, el presidente de la FIFA, Jospeh Blatter, salió a arremeter contra los que habían criticado la organización: "Todo está correcto. No voy a decir que es perfecto porque nada es perfecto, pero los estadios están magníficos. Lo que fue construido es maravilloso".
Dos días más tarde de las palabras del mandamás del fútbol, una tragedia azotó al país vecino: un viaducto que había sido levantado especialmente para el evento deportivo, se desplomó en Belo Horizonte, cobrándose dos víctimas fatales y decenas de heridos.
Esas no fueron las únicas desgracias que marcaron a fuego a la competencia. Cabe recordar el saldo de nueve obreros fallecidos por accidentes durante el "apuro" por terminar las construcciones.
Dilma no despierta de la pesadilla
En octavos de final, el pueblo brasileño sufrió el primer golpe anímico a causa del fútbol. Neymar, la principal figura de la "canarinha", padeció una grave lesión en el partido contra Colombia, que lo dejó afuera del Mundial.
Pero el golpe más duro llegaría en la semifinal en la que Alemania le propinó una paliza a la verdeamarela y la despidió de la Copa del Mundo con una goleada histórica de 7 tantos contra 1.
Un baldazo de agua fría azotó al pueblo brasileño, que pareció salir de la "hipnosis futbolera" para volver a la realidad.
Esa noche, se registraron graves disturbios en varios puntos del país que incluyeron heridos, detenidos por peleas callejeras, enfrentamientos con la policía y hasta colectivos incendiados.
Flavio de Campos, sociólogo brasileño, fue categórico al afirmar que "la humillante derrota abrió la ´caja negra´ de la sociedad".
"Vivimos una crisis de representatividad en Brasil, un momento en el que nuestra mirada colectiva es muy frustrante. La percepción es que el sistema político representativo no funciona. Algunos piensan que hay que tirar todo. No es una casualidad que cuando la hinchada insultó al delantero Fred, empezó también a insultar a Dilma", fue su crudo diagnóstico.
Tras la dura derrota que sufrió el conjunto local y luego de los focos de violencia que se vivieron en ciudades como Rio de Janeiro o San Pablo, políticos de la oposición y líderes de opinión comenzaron a lanzarle críticas al Gobierno.
"El pueblo podrá abrir los ojos para la realidad del país y ver la inflación alta, el bajo crecimiento de la economía... Estábamos viviendo un sueño y despertaremos en una pesadilla", afirmó el senador José Agripino Maia.
En tanto, Fernando de Azevedo, especialista en Ciencias Políticas, aseguró que "el Mundial desvió la concentración de los problemas económicos y políticos del país. El Gobierno ganó un mes de amnistía y se benefició de un clima de optimismo del que ya no puede disfrutar".
Por su parte, el analista Roberto da Matta destacó a medios de ese país que "la derrota y la consecuente frustración harán que la población despierte y mire de frente sus problemas en seguridad, salud y economía".
En un tono similar, Humberto Dantas, profesor del Instituto de Investigación y Educación de Brasil, sostuvo que tras la derrota "volverán las críticas y cambiará el humor. Habrá gente que volverá a preguntarse si valió la pena invertir los millonarios recursos en una Copa".
Los números de la economía de ese país hoy no lucen tan sólidos como en 2007: para este año el crecimiento sería de apenas 1%. En tanto que la inflación se ubica en el 6,5% anual, una cifra que ya superó la meta oficial. Lo irónico es que fue el propio torneo el que alentó la especulación con los precios.
Paralelamente, la frustración entre los brasileños radica no sólo en que se esfumaron las posibilidades de consagrarse campeones del Mundo, sino que además existe la posibilidad de que la Argentina, su rival futbolístico más encarnizado, dé la vuelta olímpica en el Maracaná.
Previo a la final, Dilma recibirá a 15 jefes de Estado y luego entregará el trofeo a la selección campeona.
Días más tarde, el grupo de países que conforman el Grupo BRIC realizará una cumbre en Fortaleza y Brasilia. La reunión tenía el timing perfecto para exhibir los logros de un Mundial bien organizado y sin fisuras aparentes.
Sin embargo, cuando la FIFA ya haya levantado la carpa del circo, llevándose más de 4.500 millones de dólares de ganancias, Dilma pondrá en vidriera un país triste, con revueltas sociales y con la posibilidad de que su archi rival enrostre a los brasileños cómo se consagra campeón en su propia casa.
"Mis pesadillas nunca fueron tan malas", atinó a señalar una acongojada Rousseff, tratando de ensayar su primer discurso post derrota.
Ahora, la mandataria, a tres meses de las elecciones, deberá relanzar su campaña presidencial. "No vamos a dejar quebrarnos. Brasil levántate y sacude el polvo", publicó en su cuenta de Twitter, la misma red social donde el histórico fracaso de su país ya se había convertido en trend topic a nivel global.