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Debate profundo: Qué está pasando en Brasil

Debate profundo: Qué está pasando en Brasil
14/07/2013 | Ola de protestas en Brasil: un tema para debatir entre académicos que siguen con atención los sucesos en el país más importante de Sudamérica, uno de los grandes emergentes.


La población siente que se está quedando fuera de la “fiesta” y por eso está empezado a florecer un sentimiento nacional del tipo “nosotros no necesitamos que la FIFA venga aquí a decirnos cómo vivir el futbol. Siempre hemos acudido a los estadios y lo hemos vivido a nuestra manera, comiendo nuestra comida local, etc., y ahora llegan y nos dicen, por ejemplo, que tenemos que beber Coca Cola con hamburguesas”.
 

Mientras Brasil vencía a España por un contundente 3 a 0 en la final de la Copa Confederaciones de fútbol en el mítico estadio Maracaná de Río de Janeiro, en los alrededores del recinto miles de manifestantes libraban su particular batalla con las fuerzas del orden. Esta era la última de una serie de protestas que desde el 10 de junio, y coincidiendo con el torneo organizado por la Federación Internacional de Fútbol Asociado, la FIFA, ha llevado la población a la calle para exigir mejores servicios públicos y quejarse del elevado gasto público que están requiriendo las citas deportivas albergadas por el país: la reciente Copa Confederaciones, el Mundial de Futbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016.

Anita Kon, profesora de Economía de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo (PUCSP), explica que las manifestaciones fueron iniciadas por un grupo de personas en Sao Paulo descontentas con el aumento de la tarifa de autobuses de R$ 3,00 a R$ 3,20 y, una vez encendida la mecha, el fuego se extendió por todo el país, “a pesar de que las reivindicaciones de los primeros manifestantes fueron atendidas y el precio de los billetes finalmente no se incrementara”, señala. Por tanto, en su opinión, las demostraciones callejeras que tuvieron lugar después de ese hecho puntual son “producto de cuestiones estructurales, y no coyunturales, que no están siendo resueltas por el Gobierno y las instituciones públicas”.

Según Kon, el descontento involucra a todas las clases sociales brasileñas, “que están desde hace mucho tiempo insatisfechas con el comportamiento de los políticos de todos los partidos y esferas de Gobierno: federal, provincial y municipal”. Esto se debe a que los diversos problemas que afectan a los servicios públicos del país en áreas como salud, educación, seguridad, transportes y en especial la falta de contundencia contra los casos de corrupción política no han sido debidamente atendidos, a pesar de que las reivindicaciones de la población han sido ampliamente difundidas a través de la prensa o de expertos en la materia. En su opinión, el principal problema ha sido siempre que “los gastos públicos se adjudican atendiendo sobre todo a fines electorales -debido a que cada dos años existen elecciones de algún tipo-, así que las inversiones se postergan”.

La mala gestión de los recursos y el desvío de los mismos hacia prioridades que no coincidían con las reivindicaciones de la población, “sino que más bien buscaban satisfacer los intereses propios de la clase política, acabaron por afectar la calidad de los servicios públicos en general”, señala Kon. De ahí que la gente saliera a la calle para manifestarse, en su mayoría, de forma ordenada y pacífica, pero con la presencia también de “algunos grupos violentos que han ocasionado actos de vandalismo y robos, lo que tuvo como resultado una reacción más enérgica de la seguridad pública para dispersarlos”. La ola de manifestaciones se ha saldado con varios fallecidos y cientos de detenidos.

Las protestas cogieron con el pie cambiado a la ex guerrillera de izquierdas Dilma Rousseff, presidenta de la 6ta. economía del planeta y cuya población siente especial devoción por el fútbol, deporte en que Brasil ha sido campeona del mundo en 5 ocasiones. Pero no tanto a Felipe Monteiro, profesor de Estrategia en INSEAD, para quien la capacidad de convocatoria y rapidez de movilización de los brasileños en unos pocos días no ha sido sorpresa alguna porque ya “sabíamos que la penetración de las redes sociales en el país era impresionante”. Monteiro indica que, por ejemplo, Brasil, ocupa el segundo lugar en nivel de penetración en la red social Facebook, solo por detrás de USA.

No es de extrañar, por tanto, que el video de la brasileña Carla Toledo Dauden colgado el 17 de junio en YouTube, titulado “Yo no iré al Mundial”, superara recientemente las 3.380.000 visitas. En él la joven oriunda de Florianópolis pero radicada en Estados Unidos señala que el Mundial de Fútbol le va a costar a Brasil US$ 30.000 millones, cantidad que podría ser invertida en áreas más prioritarias para el país como la educación pública o las infraestructuras sanitarias. También denuncia que la mayoría del dinero generado por este evento deportivo irá directamente a las arcas de la FIFA y el procedente del turismo o los inversores favorecerá a los que ya están mejor situados económicamente en la sociedad y no cambiará la vida del ciudadano de a pie de manera significativa.

Independientemente de que se comparta o no el punto de vista expuesto en este video, las últimas manifestaciones de descontento por parte de la población pueden ser una indicación de que algo está cambiando en la idiosincrasia de los brasileños, tan proclives a buscar el exit o salida en lugar de ponerle voice o voz a sus quejas, señala Monteiro en referencia a la teoría del economista Albert Hirshman acerca de la actitud adoptada por los miembros de una nación u organización cuando se enfrentan ante una situación en que hay un descenso de la calidad o beneficios para ellos. Monteiro explica que cuando los brasileños tienen un problema -la elite en particular- suelen escoger la salida: “'Si la seguridad pública no es buena, contrato seguridad privada; si el nivel de la escuela pública es deficiente, envío a mis hijos a la privada; si en Sao Paulo hay atascos de varias horas, utilizo el helicóptero como medio de transporte…' Cuando se produce una decepción, la gente suele optar por marcharse y no cambiar las cosas”. En su opinión, puede que ahora “la sociedad esté intentando buscar una manera de poner voz a sus reivindicaciones”.