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Messi revolucionó otro mundo

Messi revolucionó otro mundo
13/11/2012 | Leo pisó Arabia Saudita y, como en cualquier lugar del planeta, convulsionó al país; una explosión de efusividad impropia para una cultura milenaria y conservadora se rindió a sus pies; atrae las miradas rumbo al amistoso de mañana. Por Ariel Ruya / Enviado especial

 

RIAD.- Leo Messi es el petróleo en envase diminuto y fascinante: su zurda es oro negro. Leo Messi es la representación del mismísimo desierto: provoca calor sofocante y recorre la garganta sedienta. Leo Messi es el sinónimo de la monarquía absoluta, su genialidad es exclusiva, es la menos democrática del mundo. Leo Messi trae desde el otro lado del mundo un mensaje que entienden todos: su gambeta. Leo Messi es un oasis inventado, ahora mismo, en la árida, histórica y conservadora Arabia Saudita. Provoca lo que nadie: evita el último rezo árabe, de los cinco de cada día, porque su presencia es algo así como la del dios del balón. Pisa la tierra caliente, enmarcada entre el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, y parece que empezara el fin del mundo. Es el comienzo, en realidad, de una suerte de explosión de efusividad impropia para una cultura milenaria, restringida y tradicionalista.
Cuatro horas de locos

Messi desnuda al mundo entero: lo pone patas para arriba. Cuatro horas, desde las 20 hasta el final del lunes saudita, para comprender, en vivo, en directo, que lo suyo no es normal. Hay que estar un poco loco para llamarse Leo Messi. El de los récords, el papá reciente, el goleador, el campeón, el genio loco. Son las 20, minutos más, minutos menos, en el aeropuerto local. Una multitud fervorosa lo aguarda, escoltada por militares armados hasta la dentadura. Uno de ellos, antes de pedirle un autógrafo, una fotografía, lo que sea por recordarlo para siempre, lo roza con un arma en el rostro. La cara de Leo recorre el mundo: no lo quería herir, sólo pretendía llevárselo a su casa. El viaje desde Europa se acaba con un avión privado, vuelo relámpago, con la compañía de Mascherano, Ricky Álvarez, Di María y Palacio. Hay un amistoso previsto para mañana, en esta ciudad, frente a los Hijos del Desierto. Un detalle en el calendario. Por eso, Leo está aquí, mezclado en el gentío desbordado. No le piden la visa exclusiva, ni siquiera el pasaporte: Leo es el de los dos goles del domingo pasado, el que conoce todo el mundo.

 

Rodeado de monarcas, lo saluda, lo abraza, lo besa (un gesto común entre los varones en un universo restringido para las damas) el príncipe Salman bin Abdulaziz al-Saud. Dicen que es el tercer hombre más poderoso de Arabia. Chocan los planetas: millones de gambetas y petróleo, cuando ya son las 21, pero no es de noche: si parece que el sol brillara. Las caras de los sauditas lo delatan: hay lágrimas, camisetas de Barcelona y banderas argentinas. La demostración de afecto pública, por siempre evitada, es una bofetada a la idiosincrasia local. Leo crea el desplante a la tradición.

Leo Messi Fan Club @LeoMessifanclub

Una divertida foto de Leo Messi llegando a Riyadh, Arabia Saudita: twitpic.com/bcp56f.
12 Nov 12

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Camisa de jean, remera blanca y un fastidio que sube la temperatura, antes de tomarse el ómnibus rumbo al paraíso del lujo. Eso es el Ritz Carlton, un antiguo palacio, en la exclusiva zona diplomática, inaugurado en octubre de 2011 a cambio de dos billones de dólares. El petróleo es el petróleo. La Royal Suite, la habitación más cara, parecida a su hogar transitorio del piso nueve, sale unos 18.000 dólares la noche. Leo viaja veloz en el micro, cuando antes de las 22 se escucha a lo lejos el desborde de túnicas, religiones, curiosos y hasta mujeres de negro apenas visibles: sólo se desnudan sus ojos. Esos que buscan lo que todos: a Leo. El volantazo vuelve sobre sus pasos: el ingreso del micro, lamentablemente, es por la puerta trasera. Zeyad, de nueve, y Rayan, su hermano, de seis años, vestidos de Barcelona, lloran en silencio. El genio argentino está en el segundo piso, ya vestido de uniforme de selección, a punto de deglutir carne, verduras y agua mineral sin gas. En su mundo, el de fantasía; aunque el otro, el verdadero, lo añora desde afuera.

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La sobremesa es la mejor parte: comparte risotadas con Kun Agüero, arribado apenas unos minutos más tarde, historias divertidas de dos amigos de la vida. Casi no se habla de fútbol: la pelota, como la gente, se quedó afuera. Son casi las 23.30: aparece de pantalones cortos, zapatillas desatadas, casi un pibe normal, sacándose algunas fotografías y firmando un par de autógrafos a los valientes que cruzaron un par de barreras para comprobar si el ídolo, en Occidente y en Oriente, es de verdad. Germán Lerche, el director de los seleccionados nacionales, le obsequia un cuadro esperado: camisetita celeste y blanca, con fondo de padre baboso y apenas seis letras. Thiago, reza la espalda de la pequeña remera. Le encanta: toma la postal entre sus brazos como si fuese su hijo, como si respirara. Y sonríe, cuatro horas después de un frenético recorrido apasionado, en un mundo nuevo, nada nuevo para él.

Dice que es feliz. Que tiene todo lo que quiere. Lo suyo, en realidad, es una verdadera locura. También en Arabia Saudita.