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Miserias, egoísmo, traiciones en Copa Davis

Miserias, egoísmo, traiciones en Copa Davis
16/09/2012 | Por Gonzalo Bonadeo. Hoy es uno de esos días en los que desearía tener algún talento que me aleje de la mediocridad. De mi mediocridad, quiero decir. Daría lo que no tengo por disponer de algún don que, durante un ratito siquiera, me permitiese escribir algo ocurrente, original, gracioso, reflexivo.

 Poder copiar mala y obviamente a Pérez-Reverte; aunque sea a lo largo de un párrafo. Robar alguna ocurrencia de un texto no demasiado conocido de Soriano. Simular que soy capaz de esconder algún enojo detrás del humor, como Fontanarrosa. Llenar la prosa de poesía como Sacheri.

Sin embargo, después de estar sentado un buen rato delante de un teclado, lo mejor que consigo es presumir que sé quienes son esas personas cuya genialidad aspiro robarme por un instante. Ni siquiera, que fui capaz de leerlas y/o interpretarlas.

Es curioso, porque en algún sentido creo estar lo suficientemente de mal humor como para encontrarme en uno de esos estados extremos en los que se simplifica este juego de combinar palabras que algunos presumimos nos convierte en escritores o, en mi caso, en periodista gráfico. Por lo general, cuando algo nos pone muy bien o cuando algo nos pone muy mal se allana el camino para escupir lo que tenemos guardado en la panza. Hoy, ni siquiera así.

No vayan a prejuzgar ni a apiadarse. No es dramático el asunto. Es recurrente. Desde hace casi treinta años que vengo pasando por momentos como éste. No muy seguido. Pero lo suficiente como para, a esta altura, estar acostumbrado y saber manejarlo. Tampoco me pasa cada vez que la Argentina juega la Copa Davis. Pero es una sensación que identifico con algunos de esos fines de semana coperos.

No son pocos los que he vivido. Como periodista, desde el 2-3 de 1982 ante Francia hasta ahora, casi todos. Como hincha o chinchorro de mi viejo, desde el dobles que Vilas y Cano le ganaron a Fillol y Cornejo, en 1973.

Francia, 1982. Cómo olvidar el asado del día del sorteo, bajo los árboles que hay entre la tribuna central y la pileta del Buenos Aires Lawn Tennis Club. Demasiado antes de los postres, un dirigente de la AAT, militar retirado, se jactaba de haber amenazado a José Luis Clerc con los problemas que podía tener su familia por haberse negado a jugar esa serie, en días en los que su desvinculación de Vilas ameritaba huir de su pasión por la Davis. No recuerdo haberlo mandado a la mierda, pero sé que, en mis imberbes 19 años, estuve cerca y que envió sus quejas a mis jefes en La Nación.

Un año más tarde, triunfazo ante Estados Unidos. Vilas y Clerc dieron cátedra contra John McEnroe. La cobertura, en mi caso también para el entonces diario de los Mitre comenzó una semana antes de los partidos. Lejos de ser como hoy, un partido de esta magnitud convocaba el máximo posible de los medios. Cada día, los entrenamientos en doble turno en el Buenos Aires eran seguidos por no menos de una decena de cronistas. Recuerdo haber hecho yunta con un par de ellos a quienes recién conocía. Todos jóvenes, claro. Tambien recuerdo haber vuelto al diario casi de noche y toparme con un cable de la flamante agencia DyN que hablaba de incidentes entre McEnroe y transeúntes que lo insultaban desde la calle que bordea la tribuna Bullrich. Me extrañó no haberlo visto, ya que compartí toda la jornada con el enviado de esa agencia. Al día siguiente, lluvia. Las prácticas se realizaron en las canchas cubiertas del San Juan Tenis Club. De regreso en la redacción, otra sorpresa: José Luis Clerc despotricaba contra las canchas del club del cual había sido accionista fundador. El mismo Batata desmintió lo que publiqué dando crédito a la agencia. Entonces empecé a sospechar que la previa de la Davis no sólo nos llenaba de ansiedades y de intrigas palaciegas, sino que, además, era buena zona de experimentación para principiantes mitómanos. Por suerte, el tiempo sólo hizo que confirmara la sospecha de aquella mitomanía de quien, por suerte, hoy sólo ejerce la profesión cuando sus costumbres de operador de empresas y señores se lo permite. En todo caso, no se molesten porque no haga nombres propios. Lo que importa es el germen más que el agente transmisor.

Alrededor de asuntos como éstos creo tener para contarle una historia por Davis que cubrí. Y sólo una columna para publicarlas. Con el tiempo, lo único que conseguí fue no estar ya obligado a ver cada segundo de cada entrenamiento. Y a no evaluar con demasiado rigor lo que veo en esos entrenamientos. De tal modo, no me sorprende que me cuenten sobre desplantes de todo tipo de jugadores a periodistas y de periodistas desesperados por ser aceptados en la nómina de obsecuentes de jugadores.

Quiero compartir con ustedes algo que no creo que sea la verdad revelada –me reservo ese derecho para otros ejercicios de soberbia insoportable que suelo tener– pero que cada vez se me hace más cierto. La versión argentina de la Copa Davis está llena de gloria deportiva. Y de episodios de miserias, egoísmos, traiciones, alcahueterías y ejercicios ilegales de poder que ninguno de los protagonistas que te los cuentan se animarían a refrendar en on. Esos episodios son muchos más de los casi ninguno que se han conocido públicamente. Sin embargo, los reales suelen ser muchos menos de los que esos mismos protagonistas te cuentan en off. Fue así hace treinta años, hace veinte, hace diez y durante la última semana.

Entre los voceros oficiosos que jamás lo dirán en público figuran desde jugadores, ex jugadores, entrenadores, asistentes, dirigentes, periodistas y hasta amigos de amigos, repositores de toallas del vestuario o señoritas que sirven agua en los cambios de lado. En gran medida, por todo esto es que hoy también fracasaré en el intento de decidirme a volcar en el papel todo lo que vengo escuchando en estos días por parte de gente que, con mejor o peor intención, me dejaría solo si me animase a jugarla del valiente que nunca seré. Porque, además, una tendencia de los tiempos es no tirarse en contra de los pesos pesados, aunque esto sea circunstancial y todos terminemos, como diría Ringo Bonavena, mirando los rabanitos desde abajo.

Miren si podrá ser bizarro el escenario de nuestra Davis que muchos se enteraron de la decisión de Del Potro de no jugar hoy contra Berdych a través de Flavia Palmiero, a quien, pobre, terminaron insultando en las redes sociales cuando su única responsabilidad fue haber escrito unos tuits porque escuchó al aire que en Radio 10 –inmediatamente, en Infobae– daban la noticia cinco horas antes de que la confirmara Martín Jaite. Tan raro parecía el origen del asunto, que ningún otro medio on line se animó a dar cuenta del tema hasta mucho después. Para colmo, lo poco que se consultó a los involucrados variaba entre onomatopeyas y misterios.

Cuentan que quien lo informó originalmente es, además de trabajar en radio, el amigo de un amigo del tandilense. Tal vez sea mentira. Tal vez este señor soñó algo y acertó a contarlo delante de un micrófono.

En todo caso, mucha gente supo del asunto antes de que se lo confirmaran al cuerpo técnico. Una vez más, en esta semana difícil, se subvirtió el orden de normas de un equipo que, por cierto, tiene desde su cuerpo técnico un mensaje constantemente componedor, nada estricto y mucho menos conflictivo como para merecer este tipo de desplante.

Eso sí, jamás pondría en duda la autonomía que merece tener cualquier deportista para decidir cuánto arriesgar de su físico y cuánto no. Menos aún cuando su médico de confianza se expresó claramente a favor de un reposo.

Creo que por todo esto debo estar tan fastidiado. Y porque a la ilusión de otra final de Davis sólo le cabe un escenario poco menos que milagroso. Llenamos de “ojalás” un escenario que, hace poquito, estaba lleno de certezas. Hoy es ojalá gane Berlocq. Ojalá gane Pico.

Es probable que haya algo más profundo en mi enojo. Tal vez sea que, a esta altura, casi cincuentón, debería haber aprendido a tomar distancia de estos asuntos. A ser un poco más soberbio aún. Si esto fuese posible.