Policiales
River se desahogó con el goleador menos pensado
No hay casualidad en la realidad: a River no le va bien porque juega mal; San Lorenzo no hace goles porque no genera jugadas. Así llegaron a este clásico entre grandes que no parecen tales. Un detalle numérico: antes de empezar el partido, entre los dos juntos sumaban menos triunfos que Godoy Cruz.
Cuando arrancó el partido comenzaron a exhibir razones para justificar ese presente traumático y compartido. Hicieron poco o nada para matar la modorra de un partido en apariencia condenado al aburrimiento. Parecía la contracara del impresionante 4-4 protagonizado por Vélez y por Boca en esta séptima fecha del Clausura.
River no encontró sociedades creativas para desequilibrar; San Lorenzo, menos. Tampoco aparecieron salvadores individuales, de esos que en un suspiro transforman un bodrio en un golazo y/o en un triunfo. Entonces, el partido se hizo arduo, áspero, por momentos tedioso.
Dentro de ese marco, en la primera mitad, River fue apenitas más. Con poco, es cierto. Pero con la voluntad de ir a buscar, de intentar, al menos. En los primeros quince minutos, sobre todo, River pareció más cerca de gritar. Lo trató de acorralar a San Lorenzo, lo presionó cerca del arco de Pablo Migliore. Y lo tuvo a partir de una combinación entre Gustavo Canales y Daniel Villalva. Lo otra situación clara en ese lapso derivó en la situación más polémica: dio la impresión de que Fernando Meza le cometió penal a Villalva cuando el delantero de River tenía todo listo para definir.
Después de ese cuarto de hora, el encuentro volvió a tropezar con su condición de partido feo. Poco fútbol, poca inspiración, pocas llegadas. Tal vez por eso, el reclamo casi unánime de los hinchas de River en el entretiempo: "Orteeeeeeeeeega/Orteeeeeeeeeeeega". Quería que el ídolo ahora desplazado estuviera ahí, tratando de ofrecer lo que solía ofrecer: capacidad de desequilibrio.
San Lorenzo, que había sido un equipo partido en el primer tiempo, incapaz creativamente, para el segundo tiempo se mostró con otra búsqueda. Diego Simeone -proclive siempre a modificar durante el partido- arrancó el partido con un 4-4-2; primero, sacó a Gastón Aguirre (lesionado), puso a Alejandro Gómez y armó un 4-3-1-2; y para el complemento incluyó a Leandro Romagnoli por Cristian Leiva y dispuso un 4-2-2-2, el mismo diseño del San Lorenzo del Ingeniero Pellegrini. Y así, juntó a Pipi con Papu -los dos más hábiles- y construyó su mejor momento en el partido. Entre los 12 y los 18 minutos generó sus tres llegadas más claras del partido, incluido un cabezazo de Jonathan Bottinelli en el travesaño. Pero se desinfló pronto. Romagnoli y Gómez dejaron de ser influyentes y entonces hasta este River que no parece el River que cuenta la historia se animó de nuevo. Y fue tras los pasos de su triunfo.
Y lo encontró con el superhéroe menos pensado: Facundo Affranchino, ese chico de 20 años, nacido en Paraná y criado en el club, al que le bastaron cuatro minutos en el campo de juego para cambiar la historia de un reparto de ceros anunciado, casi inevitable. Entró a los 24 y a los 28, le puso su pie derecho a la mejor jugada colectiva del encuentro: aparición por la derecha de Paulo Ferrari, toque hacia adentro para Canales, pase de cachetada para el juvenil y gol del juvenil. Y grito de un Monumental que necesitaba ese desahogo.
Lo que siguió después fue la confirmación de dos cosas: primero, de lo mucho que le cuesta a San Lorenzo llegar al gol; lo segundo, lo dificultoso que le resulta a River obtener un triunfo. Ayer, le alcanzó con un gol y casi nada más. Hay una certeza incómoda: no siempre podrá ser igual.